lunes, 24 de septiembre de 2012

LOS SIRVIENTES DEL ODIO AJENO

                                                          

                                                         Hay quienes odian sin tener razones para odiar, sin motivos o intereses que, existentes en la realidad, los justifiquen. Es comprensible que las minorías que pueden perder privilegios y prebendas batallen por sus fueros, intriguen, mientan, insulten, agredan en modo ostensible o aún encubierto porque están defendiendo lo que consideran que les pertenece. Digamos que hay entonces un grado de comprensibilidad que acompaña dichos y acciones aunque al resto de la comunidad, a quienes no pertenecemos a esas minorías, pueda parecernos reprobable y hasta abominable muchas veces lo que hacen y dicen.
      
                                                           Lo que resulta de todo punto de vista incomprensible es que aquéllos que no son titulares, ni por asomo, ni lejanamente, de esos privilegios, prebendas o intereses sólo accesibles a aquéllas minorías que, como bien señalara Arturo Jauretche, viven embriagadas de rencor y defendiendo con uñas y dientes sus patrimonios, se sientan hermanados, unidos, a sus opulentos prójimos, casi siempre patrones, jefes, directores, dueños de sus vidas y escasas haciendas.

                                                          Podría reconocerse que entre esta vasta legión de admiradores de la riqueza y sus afortunados poseedores hay quienes, siendo empleados, obreros, operarios y trabajadores que contribuyen a engrandecerla, optan por defender su pan y su medio de vida y, entonces, se consideran integrados a un complejo social entre el capital y el trabajo del que no podrían desprenderse sin quedar desamparados y también, en estos casos, hay plena justificación para actitudes que procuran integrarse y ser solidarias con los dueños del capital, ya que, en estos casos, lo razonable es luchar por una integración equitativa, por una composición de intereses que mantenga a unos y otros en una comunidad armónica y organizada que garantice la vida de todos. Tal es, nos parece, el propósito de este Gobierno democrático que media, a través de los convenios colectivos gestados en paritarias reuniones entre empresarios y trabajadores la equidad en la distribución del ingreso y la inclusión social de todos en el acceso a una riqueza que es el producto del capital y el trabajo.

                                                          Pero quienes odian desde sí mismos al Gobierno, al Estado de Derecho, a la Democracia, instituciones todas integradas por nuestros representantes surgidos del voto popular mayoritario y adoptan consignas que no están originadas en una situación personal de injusticia sino en frívolos reclamos en defensa de posibilidades que están fuera del alcance de sus bolsillos como ahorrar en dólares, viajar frecuentemente a Europa o Estados Unidos, vivir en un country o hacer crecer ganancias millonarias, están golpeando cacerolas, gritando, insultando, apostrofando, en suma, odiando a quienes han sido elegidos por la voluntad popular, sin ninguna razón o motivo que los habilite o los justifique; están haciendo suyos intereses de otros, están contribuyendo a fortalecer posiciones que no son las que ellos mismos ocupan dentro de la comunidad política y es cierto, por lo mismo, que no advierten lo desnudos y desamparados que están y cómo se han convertido en esclavos y sirvientes del odio de los privilegiados. Animadversión ésta que, sin duda, les es completamente ajena.

                                                                   ¿Podemos apoderarnos de un odio que nos es ajeno, no nuestro, sino de aquéllos que aquilatan sus motivos para el rencor en esos cambios de época, en una evolución del pensamiento y la acción que los va despojando de una situación de poder y privilegio que el devenir y las transformaciones van tornando anacrónica? Porque de eso se trata, de no apropiarnos del odio ajeno. Si ni siquiera somos dueños de nuestra propias antipatías es porque tampoco sabemos ni sentimos quiénes en realidad y verdaderamente somos. Yo no puedo ni debo sentir el odio de otro sin convertirme en el otro. Pero ese otro es un remedo de sí mismo en mí. No es integralmente el otro porque para serlo debería también poseer los bienes materiales que el verdadero otro, el que justificadamente odia desde sí, posee. De modo entonces que al asumir y hacer nuestro el odio de otro nos transformamos en un remedo, en un anémico fantasma o "alter ego" de ese otro que no somos. La aspiración a mejorar, a tener lo que el otro tiene, puede alimentar una ambición legítima, pero lo que no puede es canalizarse imitando o mimetizándonos con su odio.

                                                         Esta mimetización con el odio ajeno, este lavado de cerebros, este esmerilado y esterilización de las capacidades críticas sobre quienes escuchan y miran sus cientos de propaladoras es el que, diariamente, como la gota de agua que horada la piedra,    vienen  realizando los medios de información monopólicos que protegen sus propios intereses y los de sus también monopólicos anunciantes y avisadores. Es deseable que, llegado el 7 de diciembre próximo, la Autoridad Federal de los Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), aplique, sin timideces ni cortapisas, con toda firmeza, los instrumentos ejecutivos, eficaces, eficientes, para terminar con la posición dominante que vienen ejerciendo desde hace décadas los monopolios mediáticos en los servicios de información audiovisual. Es un reclamo casi unánime, por lo menos sobradamente mayoritario, del Pueblo para recuperar la salud psíquica y contribuir a mantener intactas las capacidades críticas, la selectividad subjetiva y natural de los componentes de la comunidad. Pluralidad de ideas, de voces, de matices. Verdadera Libertad para que muchos dejen de ser y comportarse como esclavos o sirvientes del odio ajeno.-

Amílcar Luis Blanco 

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