sábado, 15 de diciembre de 2018

¿LA MANO JUSTA O LA MANO DEL PODER?





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                                                           El orden y la mano justa es la estrategia de Jaime Durán Barba, el consejero del poder en el actual gobierno. Es también la de Patricia Bulrich, la que trata de explicar Garavano, nuestro Ministro de Justicia, reconociendo que últimamente es la “mano dura” ¿ Y cuál sería la mano justa? La del verdugo, la del opresor, la del que puede porque desde el poder siempre se puede ¿Esa es la mano justa? No, esa es la mano que castiga y viene desde los ojos que vigilan, desde los vigilantes. Y los vigilantes son vigilantes. Ellos no aplican el Derecho, obedecen órdenes, aunque las órdenes sean arbitrarias y no se ajusten al Derecho. En nuestro país, ahora, las órdenes vienen de Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de la Nación y tienen el beneplácito del Presidente Macri. Pero esas órdenes vienen desde más lejos en la historia de occidente. Vienen desde Grecia y Roma y desde la oscura edad media. Desde las hegemonías de los príncipes feudales, los monarcas absolutistas y los papas católicos imperialistas. Clases dominantes y depredadoras que globalizaban la violencia mucho antes de la actual globalización y asolaban poblaciones enteras persiguiendo sus intereses y beneficios personales o de clase. Actuaban cerrada y eficazmente, con espíritu de cuerpo. Formaban ejércitos en los que funcionaba la disciplina férrea y los mandatos que obraban siempre a favor de los dominadores. Convertían comunidades libres en poblaciones de esclavos que trabajaban para quienes los habían dominado y esclavizado y les imponían sus mandatos como condición para sobrevivir. Los dominadores referían siempre todos los beneficios a sí mismos, eran autorreferenciales. Pero esas clases dominantes, eupátridas entre los griegos y patricios entre los romanos, necesitaban absorber toda la energía de aquéllos a quienes dominaban. Jamás trabajaban para ellos o ni siquiera gobernaban para ellos, para los dominados. Sólo los usaban y explotaban despiadadamente y se encerraban en sus privilegios, en sus vidas particulares, vivían sólo para sí mismos, eran autorreferenciales.
                                                       Cuando se organizaron los estados nación después de la Revolución Francesa y, aún mucho antes, cuando en las ciudades griegas y romanas gobernaron los “demos”, es decir los pueblos de las ciudades estado y se aceptaron en Roma a los representantes de la plebe, es decir cuando las democracias y repúblicas democráticas reemplazaron a los regímenes autocráticos, se inauguraron y nacieron formas de gobierno en las que el pueblo comenzó a manifestarse y lo hizo desde su debilidad relativa, desde incluso precarias y vacilantes formas de organización abiertas, no cerradas, no autorreferenciales sino deliberativas y trascendentes, dirigidas a resolver temas y problemas públicos  que preocupaban y ocupaban a colectivos humanos y procuraban el bienestar común. Estas organizaciones democráticas, estas instituciones del pueblo, sin embargo, sufrieron siempre los embates de eupátridas, patricios, aristócratas y nobles, vale decir de los poderosos, de las familias oligárquicas y privilegiadas, dueñas de las tierras y las riquezas. Fueron también inficionadas, contaminadas, se corrompieron y comenzaron a trabajar para sí mismas, para el poder que detentaban. Conformaron burocracias del poder y se relajaron en el interior de sus privilegios trabajando únicamente para ellas. Se degradaron de ese modo y dejaron de cumplir los fines para los que habían sido creadas. Dejaron de estar abiertas al pueblo, verdadero sujeto y motor de la historia.
                                                        Ya Eugenio Raúl Zaffaroni, refiriéndose al tema de la inseguridad y el poder punitivo del Estado y  al rol de las instituciones, sólo aparentemente democráticas y republicanas,  a las que él denomina “agencias” ha alertado sobre esta degradación y la característica autorreferencial del trabajo de las mismas, la “agencia judicial”, la “agencia policial”, la “agencia penitenciaria”, etcétera. Sus finalidades, las de estas agencias, pocas veces trascienden el corporativismo que les es inherente y éste sistema absorbente de capacidades y energías, puestas al servicio de sí mismas y de los intereses mezquinos de sus miembros, “del cuerpo” y de quienes pertenecen al “cuerpo”, obnubilan e imposibilitan toda acción que los trascienda. Ellas se protegen, se abroquelan, se hermetizan, son impunes. Jamás responden por sus errores. Se parecen a los agujeros negros del universo que absorben energía y la colocan dentro de un magnetismo cerrado. Casos como el de Kosteki y Santillán, Santiago Maldonado, y muchos otros lo demuestran
                                                      Cuando aparecen jueces como Carzoglio o Rafecas que llaman al pán, pán y al vino, vino, trascendiendo ese corporativismo autorreferencial de la agencia judicial, los impostores hipócritas de siempre, los que Jesucristo llamó “sepulcros blanqueados”, o sea los fariseos que la componen, cómodamente sentados en sus sillones, se rasgan las vestiduras y prorrumpen en discursos enfáticos, retóricas de moralina, haciéndose oír por los medios masivos monopólicos o mostrándose en sus pantallas como si fueran santos o sacerdotes de un culto místico. En realidad son serviles de los poderosos y del poder dentro del que se mueven, están atrapados dentro del poderoso magnetismo de lo autorreferencial. A lo sumo y en algunos casos ofician de correas trasmisoras de una pseudo comunicación entre amos y esclavos, pero jamás se juegan actuando más allá de los límites corporativos. Practican una pseudo comunicación o falso diálogo que oculta la fuerza y la violencia del poder que desciende desde las clases dominantes a las oprimidas, colocándose el disfraz de la legitimidad. La justicia era históricamente y desde siempre administrada por el monarca, el emperador, el noble, el eupátrida, el patricio, el aristócrata. Tal como un rayo cargado de tensión eléctrica descendía desde el privilegio hacia la intemperie y el desamparo del paria, el dominado, el esclavo, integrante de la plebe, del pueblo y fulminaba a quienes tocaba. Y esta justicia no era, por definición, justa sino arbitraria, discrecional, acomodada a las conveniencia de quienes la impartían cargada de todo el poder. Y la impartían con mano dura, rara vez con mano justa. Sólo las revoluciones de los desposeídos, desde Espartaco hasta la Revolución Francesa y las guerras de independencia y descolonización pusieron pausas a los abusos de este poder responsable de tantas injusticias para obtener mejoras espasmódicas en las condiciones de vida de las clases dominadas. Pero dejaron, de todos modos, una herencia simbólica y la conciencia constante de que los derechos de los dominados, los de la genuina democracia, los de la república y la soberanía popular, merecen una redención hacia la que apuntan todas las utopías concebidas y a concebir. El poder intenta hoy tergiversar, sesgar, ocultar, mentir acerca de la concesión o no, la actualización o no de estos derechos y lo hace disfrazándose, concentrándose todavía más en una autorreferenciación de sus privilegios, practicando la hipocresía, la creación de una apariencia y un discurso propalado desde los medios masivos y monopólicos mediáticos para que esa potencia latente que viene desde abajo, esa verdad de los hechos, las carencias, la pobreza, la indigencia, en suma la desigualdad social y económica entre dominantes y dominados no se note, no haga el cortocircuito fatal y fulminante de  tiempos pretéritos en los que nada se oponía para contrastar o descargar ese poder. Hoy por hoy los dominados son descartables para ese poder vigente y disimulado a la vez y antes de ser descartados se los hace sentir exclusivos y excluyentes protagonistas y culpables de sus desgracias. Si fracasan no es porque quienes los explotan les nieguen derechos y oportunidades sino porque no han hecho méritos suficientes para triunfar.
                                                     A todo este carnaval de imposturas les conviene ahora, como lo vienen haciendo desde el fondo de los siglos, promover la mano dura, el gatillo fácil, así como la meritocracia, para desplazar las responsabilidades hacia los miembros de la comunidad, el pueblo, que sufre todas las intemperies y orfandades de esta ausencia de Estado y esta autorreferencialidad de las agencias que componen el gobierno. Porque también el Poder Legislativo, el Judicial, el Ejecutivo, actúan corporativamente, defendiéndose cuando, cada vez menos pero potentes voces, les señalan sus falencias y las denuncian y les reclaman el cumplimiento de las misiones y funciones que les competen. Entonces acuden a los fáciles y sempiternos discursos vacíos de los que parecen decir todo pero en realidad nunca hacen nada de lo que dicen.
                                                  Los políticos en su enorme mayoría, diputados y senadores, piensan en sí mismos, en cómo acomodarse y apoyarse entre ellos, ejerciendo ese espíritu de cuerpo. Denostan las acciones del presidente del Ejecutivo, pero sólo de la boca para afuera, porque jamás se ponen de acuerdo para rechazar las leyes y decretos que perjudican al pueblo en su conjunto y que les son enviadas al parlamento para su consideración. Si lo hicieran, si actuaran hacia fuera del cuerpo del que forman parte, para trascenderlo, cumplirían la finalidad para la que fueron instituidos.
                                                   Los jueces federales corruptos, de primera instancia o camaristas o integrantes de la corte de casación, negocian sus ascensos, ceden a las presiones mediáticas y se arreglan para favorecer a los poderes reales. Actúan también corporativamente, cierran la ecuación de impunidad que conviene a los poderosos. Al hacerlo absuelven al poder y condenan al derecho y al espíritu de justicia que anima las normas.
                                                 La mano justa, la que debería provenir de la imparcialidad y la objetividad, la que debería señalar el valor de la ecuanimidad, del equilibrio entre intereses encontrados y contrapuestos, la de la diosa viva Temis de la mitología griega,  que representaba la ley natural, está ausente. Las manos de la diosa Temis sostienen una la espada y la otra la balanza. La espada simboliza la fuerza inflexible de la letra de la ley y la balanza significa el equilibrio, el razonamiento y la búsqueda de justicia entre intereses, deseos e intenciones contrapuestos.
                                              Sabemos que incluso los procedimientos que han llevado a estar indebidamente, ilegalmente, a tantos dirigentes políticos tras las rejas, como a Milagro Salas, Amado Boudou, Julio de Vido, Cristóbal López, Fabián de Souza, etcétera, no han sido dirigidos por ninguna de las manos de la justicia, como tampoco las imputaciones a Cristina Kirchner o a sus hijos, y, en la región, en Brasil y Ecuador, las que han detenido a  Lula, sacado del gobierno a Dilma Roussef o pretenden encarcelar a Rafael Correa. No, no hay mano justa, ni en Argentina ni en toda la región. Hay manos manipuladoras, siniestras, macabras, malvadas. Manos que castigan, torturan o se alzan para santificar la injusticia. En suma, manos del poder de los poderosos.


Amilcar Luis Blanco (Pintura de Fermín Eguía)

viernes, 30 de noviembre de 2018

LA HISTORIA APARENTE Y LA VERDADERA HISTORIA QUE SE OCULTA




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                                         La historia no es sólo la de los vencedores y sus victorias, como lo ha señalado Michel Foucault entre otros pensadores, también es la de los vencidos y sus fracasos como lo ha postulado certeramente Walter Benjamín, y debe leerse a contrapelo de la engañosa idealidad hegeliana o el materialismo marxista a riesgo de no entender nada. Sus verdaderos hitos significativos son los revolucionarios y en esos momentos históricos, con víctimas y verdugos, opera el espíritu de redención de los derrotados y fracasados tratando de obtener las reivindicaciones de sus derechos, constantemente mancillados por los poderosos. Sírvanme de ejemplos los de nuestra propia historia argentina. Desde 1810 a 1853, es decir, desde la revolución de mayo hasta la organización nacional, hubo 43 años de vigilia, de vueltas y revueltas de todo tipo entre provincianos y porteños, entre monárquicos y jacobinos, proteccionistas y librecambistas, unitarios y federales, etcétera. Las intenciones, deseos y caprichos, siempre absolutistas y arbitrarios, siempre voraces y violentos, de los poderosos, los que detentan y mantienen, como serviles gerentes, al poderoso caballero “Don Dinero, al decir de Quevedo, están siempre, como serpientes venenosas, acechando la voluntad redentora y participativa del pueblo, constantemente preparados para picar y destruir, solapada o desembozadamente, según las circunstancias, los logros, las obras, en suma el progreso, mejoramiento y bienestar del pueblo.
                                          Todo lo que colectivamente la mayoría comunitaria consigue en cuanto a mejora de sus derechos es bastardeado o directa, física y violentamente, agredido por esta oligarquía, de cuño o cepa atávica, que caracteriza a los dueños de los sistemas y mecanismos que articulan y catapultan los dispositivos de poder. Quienes integran esa plutocracia se permiten todo. Pueden ser brutos, inescrupulosos, cínicos, mentirosos, eufemísticos, indiferentes, violentos, taimados, crueles, frívolos, etcétera, pero en cualquiera de sus matices nunca dejan de ser ante todo egoístas y odiadores, no a la manera de los artistas que por exceso de lucidez suelen enojarse con el mundo y su estupidez, la que legitima desde el miedo de los desposeídos a los poderosos de toda laya, sino al modo de quienes consideran a sus semejantes como no semejantes. Como objetos o “recursos humanos” utilizables y desechables.
                                   En la Argentina de hoy no hay Estado de Derecho, pero casi nunca lo hubo. Después de la gesta peronista, verdaderamente democrática, popular y participativa, entre 1945 y 1955, se vivieron períodos de dictaduras más o menos estentóreas o democracias republicanas meramente formales, por caso las de Frondizi e Illia. Hubo, sin embargo, momentos revolucionarios inmediatamente malogrados. El Cordobazo en 1969, el regreso de Perón en 1972 y antes el que se frustrara en 1964. Y desde 1976 a 1982 se vivió la siniestra noche del terrorismo de Estado. Las gobernaciones democráticas que le siguieron, todas, desde Alfonsín a Cristina Kirchner, enfrentaron escollos pergeñados y producidos por la oligarquía de los poderes reales. Hasta que éstos, en 2015, obtuvieron el formal título de demócratas y se bañaron en las aguas bautismales del sufragio popular, nunca antes, con excepción de la  década infame o también denominada como la de “fraude patriótico”, que fue de 1930 hasta 1943, la oligarquía llegó al gobierno a través del conteo en las urnas. Y llegó no sólo a nuestro país sino a toda la región, a Brasil, con Bolsonaro y a Ecuador que persigue a Correa, a Colombia, a Centro América, a Perú, a Chile, etcéra, y llegó además con todos sus vicios, defectos,  perversidades y patologías psíquicas intactas, queriendo convertir al país en una nueva colonia de los poderes reales y centrales de la Unión Europea y  Norteamérica, que imponen sus políticas no sólo al resto del occidente europeo  sino que pretenden, a sangre y fuego, colonizar también al medio oriente y a nuestra América Latina.
                                            Esto nos indica con la fuerza de la razón y del sentimiento que, a partir de la educación y la propaganda, a partir de una militancia creciente, nosotros, como pueblo, debemos trabajar, predicar, como si ejerciéramos un apostolado, el de los humildes y desposeídos, el de una clase media dislocada y permanentemente colonizada y excluida, con un criterio inclaudicable de redención y reivindicación de nuestros derechos, para obtener resultados contantes y sonantes, visibles y palpables, en nuestra realidad. No hay que aflojar, no hay que cejar en la defensa de los valores y los principios éticos y jurídicos, hay que educar para el respeto ideal y real de esos valores y principios, no únicamente verbalizando sino también haciendo. Las famosas frases “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar” y “la única verdad es la realidad” deben cobrar actualidad existencial en nuestras palabras y en nuestros actos. Será el único modo de crecer y mejorar.
                                   En el momento revolucionario, que puede durar décadas, hombres y mujeres vencen el miedo enfrentándolo. Todas las gestas transformadoras de vidas y destinos han tenido sus héroes y sus mártires, pero, en ese momento de vigilia máxima, de lucidez casi angélica, los cruzados por esos valores han sacado fuerzas de flaquezas para vencer sus miedos y enfrentarse a sus verdugos. La historia verdadera, la que se lee a contrapelo de los vencedores que presentan trofeos y triunfos, es la de los aparentemente fracasados, porque la verdad del ser de la especie humana está más allá de las apariencias, se dibuja en la postulación constante de la utopía de una sociedad mejor. Ese es el verdadero movimiento de la historia. El del ser que caracterizara Jean Paul Sartre y también Martín Heidegger, es decir un ser que no es en sí mismo sino para sí mismo incorporando a cada paso su mundo, el que le toca,un ser que se retrae, retrocede y se oculta ante la inautenticidad que se le muestra en una realidad histórica triunfante sólo en sus apariencias.


Amílcar Luis Blanco (Fotografía de Walter Benjamin)

martes, 20 de noviembre de 2018

CRISTINA EN EL FORO DE CLACSO. LAS ANTAGÓNICAS CONSTRUCCIONES POLÍTICAS DEL CAPITALISMO. EL ESTADO DE BIENESTAR Y EL NEOLIBERALISMO. LA ENGAÑOSA MERITOCRACIA






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La intervención de Cristina Fernández de Kirchner en el foro de CLACSO el 19/11/ 2018 reveló lo esencial de su pensamiento político. Un pensamiento de criticismo histórico que parte de la praxis de su experiencia personal como legisladora y dos veces presidenta y se eleva al punto de vista teórico que explica certeramente errores y aciertos, muy parciales y efímeros estos últimos, del arte de lo posible en materia de gobierno, teniendo en cuenta los contextos nacional, regional e internacional.
Hubo referencias puntuales al pasado y al presente de la historia política de occidente. Por ejemplo sobre el principio de igualdad y sobre las causas sociales y económicas que llevaron a la caída del muro de Berlín. Ambas le sirvieron para aclarar el presente socioeconómico neoliberal que hoy padece la gran mayoría del pueblo argentino.
Partiendo del concepto de igualdad acuñado por la Revolución Francesa de 1789 en sus dos vertientes de igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades para el pueblo, se refirió a la obvia imposibilidad de una igualdad más profunda, física, psicológica, a las diferencias entre los individuos componentes del pueblo y a cómo el neoliberalismo pretenciosa y ficticiamente doctrinario, haciendo pie en esas diferencias, culpabiliza a cada uno de los miembros de la comunidad humana, por sus triunfos o fracasos y entroniza el equívoco o ambiguo concepto de meritocracia. Sustrayéndose de ese modo al estado y a las políticas públicas de toda responsabilidad en la suerte de los individuos que habitamos la sociedad.
Dijo también que la caracterización del pensamiento político en izquierda y derecha, proveniente del lugar que ocuparon en la asamblea de aquélla revolución, la nobleza, el clero y la burguesía, es hoy anacrónica, obsoleta y no sirve tampoco para explicar los fenómenos actuales del transcurrir político. Conforme este punto de vista el neoliberalismo no es una ideología, no es una doctrina, es una construcción política del capitalismo, al igual que el estado de bienestar. Después de finalizada la segunda guerra mundial el estado de bienestar implantado en los países del occidente europeo le sirvió al capitalismo para contener al comunismo y también para incrementar el deseo generalizado de quienes quedaron al este del muro en cuanto a obtener libertades y posibilidades de consumo y eludir los controles estatales asfixiantes de libertades físicas y psíquicas que se exhiben por ejemplo en un film como “La vida de los otros”, que mencionó, como buena cinéfila, encomiando las virtudes pedagógicas del cine. Caído el muro de Berlín el capitalismo varía su estrategia hacia la práctica de un  neoliberalismo de concentración de la riqueza y abaratamiento del trabajo humano que la produce, pero, además los monopolios de producción y principalmente de comunicación fijan precios y manipulan subjetividades respectívamente potenciando todavía más un poder que ya parece incontrastable. En suma, creando un mundo para ser disfrutado por pocos, los ricos, y soportado por una inmensa mayoría masificada de pobres despojados hasta de su propio pensamiento crítico pero, además también, controlados por esa pobreza inmisericorde que pone insalvables límites a sus oportunidades de progreso y bienestar del mismo modo que el comunismo, o sea que ambos regímenes llegan al resultado de un mismo grado de deshumanización.
La propuesta es entonces resistirse a esta construcción política del capitalismo que es el neoliberalismo desde un punto de vista nacional y popular, oponiéndole una construcción política antagónica que, sin desdeñar el consumo o la demanda, edifique a partir de esta variable la motorización y promoción de la producción, la inversión y la creación de riqueza para lograr una creciente inclusión social y una distribución equitativa del ingreso, haciendo crecer la matriz industrial, el valor agregado, el progreso de la ciencia y la tecnología para participar de una unidad regional que nos fortalezca pivoteando sobre mercados internos y regionales.
Amílcar Luis Blanco

miércoles, 7 de noviembre de 2018

EN EL PAÍS DE LOS CEOS CUALQUIERA PUEDE SALIR PRESIDENTE.


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                                Hay tres dichos populares que explican y transparentan la realidad política argentina actual. El primero, paráfrasis del título que puse a estas reflexiones dice: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”; el segundo, “A río revuelto, ganancia de pescadores” y, el tercero, “Quien bien tiene y mal escoge del mal que le siga no se enoje”. El país de los ciegos es el de quienes eligen sin ver y los tuertos son los que perciben sólo una parte de la realidad, los ceos que gobiernan y persiguen únicamente ganancias y rentabilidades para la clase que integran. Y en este río revuelto quienes más hábiles e inescrupulosos son llenan sus canastas de peces. Por último quienes venían del humanismo kirchnerista y se pasaron al cambio que les proponían los salvajes neoliberales ahora no deberían quejarse de lo que eligieron.

                                  Tenemos el desventurado caso de Bolsonaro en Brasil. Un hombre que está a favor de la tortura, la segregación xenófoba de pobres y extranjeros, la represión, las armas en poder de los ciudadanos y la simbiosis política con las oligarquías vernáculas y con el imperialismo de Estados Unidos y en contra del Mercosur, la integración regional y cualquier atisbo de movimientismo que provenga del campo nacional y popular y tienda a consagrar valores como la integración social y la distribución equitativa del ingreso, y que, no obstante, ha sido votado masivamente por bastante más del cincuenta por ciento del total del electorado de su país ¿Cómo y por qué ha sucedido esto? Podrían ensayarse, y se lo ha hecho y se lo hace, infinidad de respuestas. Entre todas se me ocurre una y es que estamos hartos de los ceos demasiado glamorosos. Pero este hartazgo sin embargo no es de buen signo. No conduce a una apreciación racional, conceptual, crítica y profunda de la decadencia implícita en el gestionar de estos tan ambiciosos como frívolos personajes. Por el contrario remite a un deseo morboso de competir con ellos en la novedad, la moda y el posicionarse en medio de la vorágine de una realidad cambiante y con un nuevo glamour de superpoderes descargándose sobre los enemigos inventados, pobres, extranjeros, intelectuales, artistas, pensadores disidentes en general.

                                   Hay ya y se verá en los próximos actos eleccionarios un hartazgo de los gerenciamientos que vienen impuestos por los monopolios mediáticos que, además, exhiben la debilidad comunicacional y persuasiva de los espacios nacionales y populares incapaces, hasta ahora, no sólo de generar una unidad eficaz sino también de producir una corriente de comunicación que centre y convenza a quienes están ávidos de ellos, de principios y verdades políticos que nos saquen del funcionamiento  unidireccional y obsesivo para crear un capital, una riqueza que se llevan otros. Hay el extrañamiento de una praxis, de una acción política que nos redima de tanta injusticia naturalizada.
Los ceos son individualistas, indiferentes, se mueven a gran velocidad, trabajan para generar rentabilidad, como las abejas obreras para producir cera, miel y jalea real y destinar este último elixir exquisito sólo para la reina, quien concentra toda la riqueza y la misma posibilidad de seguir viviendo de la especie sobre la que rige. Todas trabajan para ella hasta morir y de los zánganos ninguno sobrevive luego de fecundar a la monarca ¡Qué parecida la colmena a la comunidad humana!

                                    Pero qué perfil siniestro el de ese parecido que se proyecta como una sombra sobre la libertad y la dignidad de cada uno y su posibilidad de participar de esa riqueza y de quitarnos de ese maquinismo obsesivo y estéril para la gran mayoría y que sólo beneficia a unos pocos. Y qué paradoja además, porque parecería que lo único constructivo es lo que nos destruye.

Personajes como Alfredo Olmedo, Marcelo Tinelli, o del reciente pasado como Pati o Bussi, plebiscitado en Tucumán,  o el que más y mejor vuele proyectado desde los cañones y las catapultas de los dispositivos mediáticos e insuflado en las redes como un virus, tal como ocurrió con Bolsonaro en Brasil, pueden llegar a consagrarse como presidentes en una sociedad confundida y anómica, en estado de marasmo y diáspora constante donde, como en la fecundación de la reina por los zánganos, el que más se haga notar y se mimetice más con los deseos inconfesables o estentóreamente expresados de muchos en ámbitos domésticos, el más fascistoide, es el que triunfa.
En esta actualizada feria de vanidades todos compiten con todos y quienes eligen se parecen cada vez más a sus elegidos en una suerte de inadvertida mimesis, en una naturalización y aceptación de la inautenticidad cada vez más peligrosa. Un riesgo o temeridad de ser y de vivir que se proyecta hacia el horizonte temporal como un buque que se dirigiera a una tormenta en altamar y a toda máquina.

                                     Los eslóganes, los caprichos cambiantes de quienes crean necesidades superfluas, historias de meritocracias para vender, como el aviso de televisión en el que un flamante cuentapropista le explica a su esposa la empresa que ha creado, consistente en vender arena de playa en baldes para así poder obtener un préstamo bancario que les permitirá pasar a mejor vida, etcétera, ocultan la realidad de una economía y una sociedad que se desmoronan y degradan retrocediendo en sus logros históricos para involucionar de un estado soberano a una colonia dependiente del FMI y de los llamados países del primer mundo. Un viaje al pasado que puede no tener regreso o que necesitará de toda nuestra inteligencia y voluntad para resistirnos y rechazar esa invitación siniestra a abordar un tren únicamente con pasaje de ida.


Amílcar Luis Blanco

jueves, 1 de noviembre de 2018

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL DESDE EL ODIO Y EL RECUERDO DE ALBERT CAMUS




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E
n el año 1960 moría en un accidente automovilístico, sospechado por algunos de atentado, Albert Camus, viajaba junto a su editor Gallimard, quien milagrosamente salvó su vida.Dejaba como lujoso legado sus novelas, sus obras de teaatro y sus ensayos filosóficos. De estos últimos “El hombre rebelde” es el que quiero traer a colación para ensayar, yo también, mucho más modestamente, mi pensamiento sobre la inteligencia emocional basada en el odio.
Un odio y un resentimiento que se han viralizado, como se suele decir ahora de los videos que se propagan en las redes. Porque sin duda polucionan con excesiva eficacia, pero además enferman y aniquilan el sentido común, el entendimiento de la realidad que campea entre los integrantes de la sociedad de hoy. Formatean las subjetividades.

                                              Si nuestra inteligencia de los hechos, de lo que pasa cotidianamente, procede a partir del odio y el resentimiento, se naturaliza, de la misma forma que explica Camus en su libro, o sea que se propaga, como la ideología que justifica el asesinato. Si bien el francés de Argelia, con la experiencia de esos dos mundos antagónicos, refería su pensamiento al holocausto y decía que el sentimiento de rebeldía rechazaba por igual la opresión tanto desde el sufrimiento del esclavo como desde la mirada del hombre libre, no ponía todavía de resalto el sentimiento de odio o resentimiento como nuevo ingrediente psíquico sumado a la razón.

                                                          Transcribo a Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”? Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado”, “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vas demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, ese “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…”. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón”.

                                                                Albert Camus con este párrafo da inicio a “El hombre rebelde”. Para él la conciencia surge con la rebelión, que supone la afirmación del hombre como dignidad, como principio fundamental que nada ni nadie pueden despojar. Reconoce la figura de la persona como individuo que merece ser respetado por el simple hecho de ser persona. Es el surgimiento del todo o nada, o el hombre es libre o es preferible morir por la libertad que sucumbir a la esclavitud. La rebelión no es egoísta, la misma dignidad que exige para sí la concede como natural a todas las personas. Para Camus no sólo es rebelde el oprimido, sino el que estando libre observa la opresión del otro al que debe rescatar. La reivindicación de los derechos humanos es responsabilidad de todos los hombres y mujeres. 
Si el rebelde oprimido, o sea el esclavo, tanto como el rebelde que estando libre observa la opresión del otro suman odio y resentimiento a su rebeldía desvirtúan el sentido prístino o genuino de esta rebeldía, la degradan, le quitan o le mutilan su vertiente solidaria fundada en el amor por el otro.

                                                   El sentimiento antagónico del odio es el amor, el del egoísmo el altruismo. En el amor y  el altruismo se funda la redención y se posibilita la construcción del colectivo solidario. La profunda diferencia entre el Dios del antiguo testamento y el de los evangelios cristianos es que en este último se pone el acento en el “amaos los unos a los otros” mientras que en el primero se privilegia el castigo, la punición constante de Dios hacia los pecadores que se apartan de su mandato divino. En cambio Cristo, hijo de Dios y Dios mismo para los creyentes, habla de “perdón” y de “piedad”, de “fe”, “esperanza” y “caridad”, las tres virtudes teologales consagradas.

                                                 ¿Por qué los traigo a colación junto al pensamiento de Camus? Ante todo porque integran un ideario común basado en una inteligencia emocional orientadora de una “inteligencia intelectual” que lleva a la paz y al entendimiento entre quienes componemos la especie humana.

                                              Los sentimientos de odio y resentimiento son siempre desdeñables y nocivos. Prohijan envidias y traiciones y desembocan fatalmente en la violencia y el asesinato. En las páginas de Camus encontramos la todavía reciente experiencia histórica de destrucción y holocausto de las dos guerras que inspiraron su pensamiento, en Cristo la redención de un pueblo sojuzgado y sometido a la hegemonía y brutalidad de la Roma imperial de comienzos de nuestra era. En ambos hay la conciencia coincidente acerca del amor, la solidaridad y el altruismo como componentes emocionales de una rebeldía razonante y razonable,  constructiva, redentora y fértil.

                                    Es esta la rebeldía que debe inspirarnos a los argentinos cuando nos proponemos transformar la realidad y convertirla en digna, acogedora y útil a todos nosotros, la rebeldía del amor y de la razón de amor.

Amílcar Luis Blanco.


miércoles, 31 de octubre de 2018

LAS DOS DEMOCRACIAS. LA DE LAS TEORÍAS Y LA DE LOS HECHOS. DEL PLATONISMO A LA REALIDAD.




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                                                        La elección de Bolsonaro como presidente de Brasil significa el derrocamiento de la democracia de las palabras, de la teoría política postulada como ideal desde la antigua obra de la filosofía griega, “La República” de Platón, por la “democracia” de los hechos. “Res non verba”, decían los romanos, es decir “hechos no palabras”.

                                                       Y la democracia de los hechos dista tanto de la pergeñada por la idealidad platónica como de la que llevó a Adolf Hitler al poder como canciller del Reich en 1933 por el masivo voto popular. Y también para la oligarquía conservadora, aliada hasta con el radicalismo y la izquierda, en 1946, el sufragio mayoritario que elevó al sillón de Rivadavia a Juan Perón, significó algo divergente y disolvente de aquélla democracia republicana y de principios que ellos sentían, y todavía sienten con los Kirchner como populismo ultrajante.

                                                   En realidad se trata de intereses contantes y sonantes y también de principios e ideas cuando quienes se postulan para el poder se someten al voto popular. Para algunos los intereses son sólo dinerarios, crematísticos, rentísticos, se viven sin principios, inescrupulosamente, y, para otros se defienden además principios e ideas de módica pretensión ética que, aunque no alcancen la perfección del supramundo de las ideas puras de Platón sirven para que todos vivamos un poco mejor y en una comunidad que aspira a realizarse, porque al pasar del mundo de la luz a la caverna de las sombras que describió Platón, se pasa de las ideas a la realidad y, ya en ella, o se privilegian las rentabilidades, la riqueza material, sin escrúpulos y sin vergüenza, como la que exhibe Bolsonaro, o se le da bienestar al colectivo humano del que todos formamos parte. 

                                                Del platonismo a la realidad existe la misma distancia que la que va del dicho al hecho, pero esta distancia debe cubrirse haciendo que cada uno de nosotros se experimente no como mero habitante que ocupa un espacio físico sobre el territorio nacional sino, profundamente, comprometido, como un ciudadano que actúa la democracia sabiéndose y sintiéndose integrante del colectivo humano. Sólo así nos libraremos de los Bolsonaro y de todos los que como él han tomado y toman el poder para ejercerlo y legitimarse con nuestra ligereza, falta de memoria, insuficiencia de información y, en suma, haber dejado morir la conciencia por un individualismo egoísta y frívolo.

                                        No se trata únicamente de la enfática declaración contenida en el artículo 22 de la Constitución Nacional, “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”, se trata, en cambio, de que esa representatividad se articule en los hechos y, para lograrlo, habría que agregarle a dicho texto “ y cumpliendo prioritariamente los mandatos que en sus plataformas políticas estos representantes han prometido al pueblo que los votó. Y en el caso de no hacerlo serán sancionados como infames traidores a la patria”

Amílcar Luis Blanco

martes, 23 de octubre de 2018

LA ERA DE JANO Y DE LA DOBLE INMADUREZ.



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“Mientras los niños juegan al descubierto
Los hombres, en agraz, soñamos en secreto.
Cada traición que llega, reiterada,
nos sacude otro sueño”
Amílcar Ovidio Blanco

Estos versos escritos por mi padre pueden aplicarse para caracterizar la actualidad política argentina y también evocan la condición del dios de la mitología romana Jano que tenía dos rostros, uno mirando al futuro y otro al pasado ¿Por qué?
Porque los niños que juegan al descubierto son Mauricio Macri y sus ministros. Ceos de empresas cuyos únicos objetivos consisten en maximizar ganancias, para ellos, ocuparse de la política, de las responsabilidades del Estado, es un juego. Un juego ejecutado además sin culpas, como el de los niños y como el de los psicópatas que carecen de empatía por sus semejantes.
“Los hombres en agraz” que sueñan en secreto, habida cuenta que el término agraz refiere a la inmadurez y habida cuenta también que el secreto supone la culpa de tener más fantasías que sentido común, son aquéllos que los eligieron, que los votaron para que sean gobernantes soñando, secretamente, con un “cambio” que los redimiera, que mejorara sus condiciones de vida pero que, al cabo, son traicionados y viven hoy con sus esperanzas, sus sueños, sacudidos.
Por último, la referencia al dios Jano, además de ser una alegoría que supone la doble inmadurez del niño y el adulto, la primera exenta de culpa, con rostro risueño, la segunda con la amarga fisonomía del remordimiento por haber atendido más a las fantasías que a la realidad, alude a aquel famoso fallido de María Eugenia Vidal en campaña “cambiamos futuro por pasado”.
Lamentable, porque quienes no votamos a Macri y tuvimos el llamado de la realidad y el sentido común debemos padecerlo y cambiar futuro por pasado y, a la fuerza, nos han ubicado y nos siguen posicionando frente a la peor cara de la deidad romana. Mientras los ejecutivos devenidos en gobernantes juegan a la política e intentan aprender el juego y, sin arrepentimiento alguno, siguen haciendo negocios y ganando dinero a través de las oportunidades que les brinda el poder, el pueblo entero, quienes lo votaron y lloran sus culpas y quienes no lo hicimos y sufrimos a causa de sus ambiciones y sus inocencias psicopáticas, sufrimos, todos por igual, las consecuencias.
El dios Jano es también el de los comienzos, el que le ha dado su nombre al mes de enero, el de los cambios y las transiciones. En antiguas leyendas simbolizó el auge de la agricultura de cosechas copiosas, o sea, de la riqueza. Esperemos tener la suficiente salud psíquica en el futuro no muy lejano para no confundir los mitos, las fantasías, con la realidad. Para que los dioses que, como Jano, sostuvieron las esperanzas de una vida mejor no nos confundan y nos iluminen con la luz que irradian los versos de mi padre.

Amílcar Luis Blanco