viernes, 13 de julio de 2018

LA INSECTIFICACIÓN Y LA PARODIA






                                La cuestión del fingimiento constante y de nuestra correspondiente insectificación entre el mundo de las cosas, el mundo cosificado pero "insectificado" por un humanismo que ya no lo es más en el sentido tradicional o ya consagrado de las palabras "humanismo" o "humanidad", viene a colocarnos en una devaluación, detrimento o degradación de las significaciones aludidas con estas palabras. El hecho de actuar, en esta era que se ha denominado neoliberal o de capitalismo extremo, como depredadores de la naturaleza acentúa todavía más nuestra conversión en "insectos"; en una especie de plaga destructora, similar a como percibimos nosotros a las hormigas termitas o los virus. Somos el virus del planeta, de esta tierra que es un punto en el universo. Las cosas, los objetos, adquieren así más relevancia, más prestancia, mayor visibilidad y tangibilidad que nosotros mismos. La cosificación del mundo, una realidad crecientemente cosificada, nos recibe como a insectos, virus, gérmenes, microorganismos pululando en ella, en su seno constituido por una empiria anfractuosa y difícil en la que el "ser en sí", que Sartre definiera  en "El ser y la nada", derrota o demuele nuestro "ser para sí"  en tanto recipiente y sensibilidad del mundo cosificado, en tanto conciencia.
                             Si he elegido una categoría de seres vivos que estudian los entomólogos para compararnos como seres "humanos", como "humanidad", y en cambio he desechado para esa comparación a los otros seres del mundo animal que no son insectos, ha sido principalmente porque estimo que los hombres hemos abandonado la selva, no sólo cuantitativa sino también cualitativamente. Es decir, hemos abandonado, en una casi unánime proporción, la lucha. Ansiamos sobrevivir de un modo más parecido al de los gusanos que al de los monos o los leones. Se entiende, creo. Nos hemos degradado de un modo significativo. Porque son los significados, los que vio Lacan como estructura del lenguaje y el inconsciente, los que nos han extraviado llevándonos a desnudar una significación mucho menos lucida, mucho menos  brillante que la que, desde la enciclopedia y el iluminismo, soñábamos para nosotros como humanidad. Incluso el mundo salvaje que postuló Thomas Hobbes en su "Leviatán" como estado precontractual para nuestra vida social tiene menos características de selva, heroicidad o épica y muchas más de plaga y putrefacción, de decadencia que de progreso, de involución que de evolución. Es decir, estamos inmersos en la insignificación  constante y sobrevivimos en una lucha sorda y degradante en la que procuramos obtener el pan  al precio que sea. Los valores morales, éticos, los principios,se han evaporado. Sólo se fingen. Disimulamos, simulamos, escondemos, enmascaramos la insignificancia de un modo paródico e hipócrita.
                                     Lewis Carroll pudo colocar a Alicia en el país de las maravillas porque entonces, siglo XIX, los animalitos podían imitar a los seres humanos y categorizarse o valorizarse aunque pudieran resultar paródicos y hasta grotescos y provocarnos risas porque ellos corporizaban, exagerándolas, nuestras características absurdas y ridículas, hoy, la visión se ha invertido y si nosotros imitamos a los animales nos categorizamos o valorizamos, pero, frente a ellos, quedamos ridículos, débiles, impotentes.

Amílcar Luis Blanco (Pintura de Fermín Eguía)

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