jueves, 14 de marzo de 2013

FRANCISCO I y LA DIFICIL RELACIÓN DEL PODER DIVINO CON EL PODER SECULAR.-






                               La vieja iglesia de Roma, consolidada con sus perfiles más o menos definitivos a partir del Concilio de Nicea en el Siglo IV despues de Cristo con la regencia del Emperador Constantino, ha llevado desde entonces y hasta el presente muy difíciles relaciones con los poderes temporales. Es que, efectívamente, su reino no es de este mundo. Ella impera sobre la fe y las creencias de sus fieles, millones en todo el mundo. La consagración de Jorge Bergoglio, cardenal argentino, arzobispo de Buenos Aires, como Papa Francisco I y el hecho de que pase a ocupar el trono de Pedro en la tierra, renovará sus dificultades frente a un gobierno como el de Cristina Kirchner, nacional y popular. Y eso porque los roles y las metas se confunden en la praxis cotidiana de la acción política que afecta material y espiritualmente a los fieles en su doble condición de tales y de ciudadanos.
La política secular y ordinaria requiere constantemente acciones y definiciones que recaen inmediatamente en la vida gregaria, afecta las condiciones materiales de vida. El fenómeno inflacionario, los salarios y los precios, la salud, la justicia, la educación, las obras y servicios públicos, el empleo, las oportunidades para trabajar, la movilidad social, la familia, la ancianidad, la pobreza, la marginalidad, la inclusión social, la equidad o inequidad en la distribución del ingreso, requieren de acciones prácticas, a veces urgentes, que comprometen al gobierno y a sus funcionarios, a los parlamentarios, a los integrantes del poder judicial, de modo que el éxito o fracaso que obtengan o no en estas materias se mide, gestiona y ejecuta con cierta prontitud histórica. Estos procesos, para bien o para mal, están en estado de abiertos como las heridas, en ascuas o en esperas, hasta que se totalizan en un resultado concreto.
                              En cambio en el reinado espiritual de la iglesia no se esperan medidas, resoluciones, prácticas inmediatas, urgentes, que tiendan a solucionar los problemas que se plantean en la interacción mundana de los componentes de la comunidad política. Los fieles acuden al rezo y a los sacramentos rogando a Dios y a la Virgen desde la Fe y sólo se espera de la iglesia por parte de ellos el soporte espiritual, el consuelo salvífico para seguir adelante. A Dios no se le exigen respuestas concretas. En  definitiva su reino no es de este mundo y, a la postre, los fieles serán remitidos al cielo, al purgatorio o al infierno.
Ello hace que la competencia entre ambos poderes, el terrenal y político y el eclesial y espiritual, sea siempre desdorosa para la política, ya que la iglesia en su vasta y compleja organización mundial y en la conexión con lo divino que se le atribuye puede absorber y metabolizar, digerir y separar en sus componentes elementales, y si es preciso hasta expulsarlos, problemas tan peliagudos como, por ejemplo, el de la pedofilia, el de su pasado inquisitorial, incluso el de sus yerros y complicidades con regímenes autoritarios y genocidas.
Todo esto, es decir los pecados, serán perdonados por la indulgencia divina pasando por las aguas del arrepentimiento en el sacramento de la confesión y posterior comunión con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en  la eucaristía.
A los políticos no les va tan bien, no son jamás perdonados cuando se equivocan y suelen pagar amargamente las consecuencias, no sólo las que corresponden a sus equivocaciones, muchas veces las que tienen que ver con las ideologías que profesan y que han inspirado sus acciones. Y lo peor para ellos es que no los siguen fieles o creyentes sino gente que espera resultados.
                           En materia de liderazgos deberá pensarse que el impulso inconsciente, refractario a la razón y basado en la creencia, que lleva a los fieles a adherir a las líneas de pensamiento que descienden del púlpito, suele ser muy fuerte, incluso generar fanatismos que movilizan inmensas mayorías, en cambio, el que inspira a quienes adoptan un ideario o modelo político afecta, en crecidísimo número, no a quienes han internalizado ideologías a despecho de sus creencias o a quienes son ateos, sino a los que se mueven entre ambos mundos, el espiritual y el material, y esperan de este último milagros que jamás obtendrán y, por lo mismo, harán de su desilusión el poderoso móvil que los lleve de vuelta al refugio de sus creencias, las cuales, obviamente, siguen teniendo la milenaria fuerza y el intangible prestigio de la verdad revelada.
                            Todo esto lleva a considerar que entre nuestra Presidente, Cristina Fernández y el nuevo Papa argentino, Francisco I, deberá tejerse un fino y complejo entramado en el que cada uno respete las incumbencias del otro y, en el caso del nóvel Pontífice, hago votos para que Dios lo inspire especialmente para ese entendimiento porque redundará en beneficio de todos.

Amílcar Luis Blanco

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