viernes, 30 de noviembre de 2018

LA HISTORIA APARENTE Y LA VERDADERA HISTORIA QUE SE OCULTA




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                                         La historia no es sólo la de los vencedores y sus victorias, como lo ha señalado Michel Foucault entre otros pensadores, también es la de los vencidos y sus fracasos como lo ha postulado certeramente Walter Benjamín, y debe leerse a contrapelo de la engañosa idealidad hegeliana o el materialismo marxista a riesgo de no entender nada. Sus verdaderos hitos significativos son los revolucionarios y en esos momentos históricos, con víctimas y verdugos, opera el espíritu de redención de los derrotados y fracasados tratando de obtener las reivindicaciones de sus derechos, constantemente mancillados por los poderosos. Sírvanme de ejemplos los de nuestra propia historia argentina. Desde 1810 a 1853, es decir, desde la revolución de mayo hasta la organización nacional, hubo 43 años de vigilia, de vueltas y revueltas de todo tipo entre provincianos y porteños, entre monárquicos y jacobinos, proteccionistas y librecambistas, unitarios y federales, etcétera. Las intenciones, deseos y caprichos, siempre absolutistas y arbitrarios, siempre voraces y violentos, de los poderosos, los que detentan y mantienen, como serviles gerentes, al poderoso caballero “Don Dinero, al decir de Quevedo, están siempre, como serpientes venenosas, acechando la voluntad redentora y participativa del pueblo, constantemente preparados para picar y destruir, solapada o desembozadamente, según las circunstancias, los logros, las obras, en suma el progreso, mejoramiento y bienestar del pueblo.
                                          Todo lo que colectivamente la mayoría comunitaria consigue en cuanto a mejora de sus derechos es bastardeado o directa, física y violentamente, agredido por esta oligarquía, de cuño o cepa atávica, que caracteriza a los dueños de los sistemas y mecanismos que articulan y catapultan los dispositivos de poder. Quienes integran esa plutocracia se permiten todo. Pueden ser brutos, inescrupulosos, cínicos, mentirosos, eufemísticos, indiferentes, violentos, taimados, crueles, frívolos, etcétera, pero en cualquiera de sus matices nunca dejan de ser ante todo egoístas y odiadores, no a la manera de los artistas que por exceso de lucidez suelen enojarse con el mundo y su estupidez, la que legitima desde el miedo de los desposeídos a los poderosos de toda laya, sino al modo de quienes consideran a sus semejantes como no semejantes. Como objetos o “recursos humanos” utilizables y desechables.
                                   En la Argentina de hoy no hay Estado de Derecho, pero casi nunca lo hubo. Después de la gesta peronista, verdaderamente democrática, popular y participativa, entre 1945 y 1955, se vivieron períodos de dictaduras más o menos estentóreas o democracias republicanas meramente formales, por caso las de Frondizi e Illia. Hubo, sin embargo, momentos revolucionarios inmediatamente malogrados. El Cordobazo en 1969, el regreso de Perón en 1972 y antes el que se frustrara en 1964. Y desde 1976 a 1982 se vivió la siniestra noche del terrorismo de Estado. Las gobernaciones democráticas que le siguieron, todas, desde Alfonsín a Cristina Kirchner, enfrentaron escollos pergeñados y producidos por la oligarquía de los poderes reales. Hasta que éstos, en 2015, obtuvieron el formal título de demócratas y se bañaron en las aguas bautismales del sufragio popular, nunca antes, con excepción de la  década infame o también denominada como la de “fraude patriótico”, que fue de 1930 hasta 1943, la oligarquía llegó al gobierno a través del conteo en las urnas. Y llegó no sólo a nuestro país sino a toda la región, a Brasil, con Bolsonaro y a Ecuador que persigue a Correa, a Colombia, a Centro América, a Perú, a Chile, etcéra, y llegó además con todos sus vicios, defectos,  perversidades y patologías psíquicas intactas, queriendo convertir al país en una nueva colonia de los poderes reales y centrales de la Unión Europea y  Norteamérica, que imponen sus políticas no sólo al resto del occidente europeo  sino que pretenden, a sangre y fuego, colonizar también al medio oriente y a nuestra América Latina.
                                            Esto nos indica con la fuerza de la razón y del sentimiento que, a partir de la educación y la propaganda, a partir de una militancia creciente, nosotros, como pueblo, debemos trabajar, predicar, como si ejerciéramos un apostolado, el de los humildes y desposeídos, el de una clase media dislocada y permanentemente colonizada y excluida, con un criterio inclaudicable de redención y reivindicación de nuestros derechos, para obtener resultados contantes y sonantes, visibles y palpables, en nuestra realidad. No hay que aflojar, no hay que cejar en la defensa de los valores y los principios éticos y jurídicos, hay que educar para el respeto ideal y real de esos valores y principios, no únicamente verbalizando sino también haciendo. Las famosas frases “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar” y “la única verdad es la realidad” deben cobrar actualidad existencial en nuestras palabras y en nuestros actos. Será el único modo de crecer y mejorar.
                                   En el momento revolucionario, que puede durar décadas, hombres y mujeres vencen el miedo enfrentándolo. Todas las gestas transformadoras de vidas y destinos han tenido sus héroes y sus mártires, pero, en ese momento de vigilia máxima, de lucidez casi angélica, los cruzados por esos valores han sacado fuerzas de flaquezas para vencer sus miedos y enfrentarse a sus verdugos. La historia verdadera, la que se lee a contrapelo de los vencedores que presentan trofeos y triunfos, es la de los aparentemente fracasados, porque la verdad del ser de la especie humana está más allá de las apariencias, se dibuja en la postulación constante de la utopía de una sociedad mejor. Ese es el verdadero movimiento de la historia. El del ser que caracterizara Jean Paul Sartre y también Martín Heidegger, es decir un ser que no es en sí mismo sino para sí mismo incorporando a cada paso su mundo, el que le toca,un ser que se retrae, retrocede y se oculta ante la inautenticidad que se le muestra en una realidad histórica triunfante sólo en sus apariencias.


Amílcar Luis Blanco (Fotografía de Walter Benjamin)

martes, 20 de noviembre de 2018

CRISTINA EN EL FORO DE CLACSO. LAS ANTAGÓNICAS CONSTRUCCIONES POLÍTICAS DEL CAPITALISMO. EL ESTADO DE BIENESTAR Y EL NEOLIBERALISMO. LA ENGAÑOSA MERITOCRACIA






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La intervención de Cristina Fernández de Kirchner en el foro de CLACSO el 19/11/ 2018 reveló lo esencial de su pensamiento político. Un pensamiento de criticismo histórico que parte de la praxis de su experiencia personal como legisladora y dos veces presidenta y se eleva al punto de vista teórico que explica certeramente errores y aciertos, muy parciales y efímeros estos últimos, del arte de lo posible en materia de gobierno, teniendo en cuenta los contextos nacional, regional e internacional.
Hubo referencias puntuales al pasado y al presente de la historia política de occidente. Por ejemplo sobre el principio de igualdad y sobre las causas sociales y económicas que llevaron a la caída del muro de Berlín. Ambas le sirvieron para aclarar el presente socioeconómico neoliberal que hoy padece la gran mayoría del pueblo argentino.
Partiendo del concepto de igualdad acuñado por la Revolución Francesa de 1789 en sus dos vertientes de igualdad ante la ley e igualdad de oportunidades para el pueblo, se refirió a la obvia imposibilidad de una igualdad más profunda, física, psicológica, a las diferencias entre los individuos componentes del pueblo y a cómo el neoliberalismo pretenciosa y ficticiamente doctrinario, haciendo pie en esas diferencias, culpabiliza a cada uno de los miembros de la comunidad humana, por sus triunfos o fracasos y entroniza el equívoco o ambiguo concepto de meritocracia. Sustrayéndose de ese modo al estado y a las políticas públicas de toda responsabilidad en la suerte de los individuos que habitamos la sociedad.
Dijo también que la caracterización del pensamiento político en izquierda y derecha, proveniente del lugar que ocuparon en la asamblea de aquélla revolución, la nobleza, el clero y la burguesía, es hoy anacrónica, obsoleta y no sirve tampoco para explicar los fenómenos actuales del transcurrir político. Conforme este punto de vista el neoliberalismo no es una ideología, no es una doctrina, es una construcción política del capitalismo, al igual que el estado de bienestar. Después de finalizada la segunda guerra mundial el estado de bienestar implantado en los países del occidente europeo le sirvió al capitalismo para contener al comunismo y también para incrementar el deseo generalizado de quienes quedaron al este del muro en cuanto a obtener libertades y posibilidades de consumo y eludir los controles estatales asfixiantes de libertades físicas y psíquicas que se exhiben por ejemplo en un film como “La vida de los otros”, que mencionó, como buena cinéfila, encomiando las virtudes pedagógicas del cine. Caído el muro de Berlín el capitalismo varía su estrategia hacia la práctica de un  neoliberalismo de concentración de la riqueza y abaratamiento del trabajo humano que la produce, pero, además los monopolios de producción y principalmente de comunicación fijan precios y manipulan subjetividades respectívamente potenciando todavía más un poder que ya parece incontrastable. En suma, creando un mundo para ser disfrutado por pocos, los ricos, y soportado por una inmensa mayoría masificada de pobres despojados hasta de su propio pensamiento crítico pero, además también, controlados por esa pobreza inmisericorde que pone insalvables límites a sus oportunidades de progreso y bienestar del mismo modo que el comunismo, o sea que ambos regímenes llegan al resultado de un mismo grado de deshumanización.
La propuesta es entonces resistirse a esta construcción política del capitalismo que es el neoliberalismo desde un punto de vista nacional y popular, oponiéndole una construcción política antagónica que, sin desdeñar el consumo o la demanda, edifique a partir de esta variable la motorización y promoción de la producción, la inversión y la creación de riqueza para lograr una creciente inclusión social y una distribución equitativa del ingreso, haciendo crecer la matriz industrial, el valor agregado, el progreso de la ciencia y la tecnología para participar de una unidad regional que nos fortalezca pivoteando sobre mercados internos y regionales.
Amílcar Luis Blanco

miércoles, 7 de noviembre de 2018

EN EL PAÍS DE LOS CEOS CUALQUIERA PUEDE SALIR PRESIDENTE.


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                                Hay tres dichos populares que explican y transparentan la realidad política argentina actual. El primero, paráfrasis del título que puse a estas reflexiones dice: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”; el segundo, “A río revuelto, ganancia de pescadores” y, el tercero, “Quien bien tiene y mal escoge del mal que le siga no se enoje”. El país de los ciegos es el de quienes eligen sin ver y los tuertos son los que perciben sólo una parte de la realidad, los ceos que gobiernan y persiguen únicamente ganancias y rentabilidades para la clase que integran. Y en este río revuelto quienes más hábiles e inescrupulosos son llenan sus canastas de peces. Por último quienes venían del humanismo kirchnerista y se pasaron al cambio que les proponían los salvajes neoliberales ahora no deberían quejarse de lo que eligieron.

                                  Tenemos el desventurado caso de Bolsonaro en Brasil. Un hombre que está a favor de la tortura, la segregación xenófoba de pobres y extranjeros, la represión, las armas en poder de los ciudadanos y la simbiosis política con las oligarquías vernáculas y con el imperialismo de Estados Unidos y en contra del Mercosur, la integración regional y cualquier atisbo de movimientismo que provenga del campo nacional y popular y tienda a consagrar valores como la integración social y la distribución equitativa del ingreso, y que, no obstante, ha sido votado masivamente por bastante más del cincuenta por ciento del total del electorado de su país ¿Cómo y por qué ha sucedido esto? Podrían ensayarse, y se lo ha hecho y se lo hace, infinidad de respuestas. Entre todas se me ocurre una y es que estamos hartos de los ceos demasiado glamorosos. Pero este hartazgo sin embargo no es de buen signo. No conduce a una apreciación racional, conceptual, crítica y profunda de la decadencia implícita en el gestionar de estos tan ambiciosos como frívolos personajes. Por el contrario remite a un deseo morboso de competir con ellos en la novedad, la moda y el posicionarse en medio de la vorágine de una realidad cambiante y con un nuevo glamour de superpoderes descargándose sobre los enemigos inventados, pobres, extranjeros, intelectuales, artistas, pensadores disidentes en general.

                                   Hay ya y se verá en los próximos actos eleccionarios un hartazgo de los gerenciamientos que vienen impuestos por los monopolios mediáticos que, además, exhiben la debilidad comunicacional y persuasiva de los espacios nacionales y populares incapaces, hasta ahora, no sólo de generar una unidad eficaz sino también de producir una corriente de comunicación que centre y convenza a quienes están ávidos de ellos, de principios y verdades políticos que nos saquen del funcionamiento  unidireccional y obsesivo para crear un capital, una riqueza que se llevan otros. Hay el extrañamiento de una praxis, de una acción política que nos redima de tanta injusticia naturalizada.
Los ceos son individualistas, indiferentes, se mueven a gran velocidad, trabajan para generar rentabilidad, como las abejas obreras para producir cera, miel y jalea real y destinar este último elixir exquisito sólo para la reina, quien concentra toda la riqueza y la misma posibilidad de seguir viviendo de la especie sobre la que rige. Todas trabajan para ella hasta morir y de los zánganos ninguno sobrevive luego de fecundar a la monarca ¡Qué parecida la colmena a la comunidad humana!

                                    Pero qué perfil siniestro el de ese parecido que se proyecta como una sombra sobre la libertad y la dignidad de cada uno y su posibilidad de participar de esa riqueza y de quitarnos de ese maquinismo obsesivo y estéril para la gran mayoría y que sólo beneficia a unos pocos. Y qué paradoja además, porque parecería que lo único constructivo es lo que nos destruye.

Personajes como Alfredo Olmedo, Marcelo Tinelli, o del reciente pasado como Pati o Bussi, plebiscitado en Tucumán,  o el que más y mejor vuele proyectado desde los cañones y las catapultas de los dispositivos mediáticos e insuflado en las redes como un virus, tal como ocurrió con Bolsonaro en Brasil, pueden llegar a consagrarse como presidentes en una sociedad confundida y anómica, en estado de marasmo y diáspora constante donde, como en la fecundación de la reina por los zánganos, el que más se haga notar y se mimetice más con los deseos inconfesables o estentóreamente expresados de muchos en ámbitos domésticos, el más fascistoide, es el que triunfa.
En esta actualizada feria de vanidades todos compiten con todos y quienes eligen se parecen cada vez más a sus elegidos en una suerte de inadvertida mimesis, en una naturalización y aceptación de la inautenticidad cada vez más peligrosa. Un riesgo o temeridad de ser y de vivir que se proyecta hacia el horizonte temporal como un buque que se dirigiera a una tormenta en altamar y a toda máquina.

                                     Los eslóganes, los caprichos cambiantes de quienes crean necesidades superfluas, historias de meritocracias para vender, como el aviso de televisión en el que un flamante cuentapropista le explica a su esposa la empresa que ha creado, consistente en vender arena de playa en baldes para así poder obtener un préstamo bancario que les permitirá pasar a mejor vida, etcétera, ocultan la realidad de una economía y una sociedad que se desmoronan y degradan retrocediendo en sus logros históricos para involucionar de un estado soberano a una colonia dependiente del FMI y de los llamados países del primer mundo. Un viaje al pasado que puede no tener regreso o que necesitará de toda nuestra inteligencia y voluntad para resistirnos y rechazar esa invitación siniestra a abordar un tren únicamente con pasaje de ida.


Amílcar Luis Blanco

jueves, 1 de noviembre de 2018

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL DESDE EL ODIO Y EL RECUERDO DE ALBERT CAMUS




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n el año 1960 moría en un accidente automovilístico, sospechado por algunos de atentado, Albert Camus, viajaba junto a su editor Gallimard, quien milagrosamente salvó su vida.Dejaba como lujoso legado sus novelas, sus obras de teaatro y sus ensayos filosóficos. De estos últimos “El hombre rebelde” es el que quiero traer a colación para ensayar, yo también, mucho más modestamente, mi pensamiento sobre la inteligencia emocional basada en el odio.
Un odio y un resentimiento que se han viralizado, como se suele decir ahora de los videos que se propagan en las redes. Porque sin duda polucionan con excesiva eficacia, pero además enferman y aniquilan el sentido común, el entendimiento de la realidad que campea entre los integrantes de la sociedad de hoy. Formatean las subjetividades.

                                              Si nuestra inteligencia de los hechos, de lo que pasa cotidianamente, procede a partir del odio y el resentimiento, se naturaliza, de la misma forma que explica Camus en su libro, o sea que se propaga, como la ideología que justifica el asesinato. Si bien el francés de Argelia, con la experiencia de esos dos mundos antagónicos, refería su pensamiento al holocausto y decía que el sentimiento de rebeldía rechazaba por igual la opresión tanto desde el sufrimiento del esclavo como desde la mirada del hombre libre, no ponía todavía de resalto el sentimiento de odio o resentimiento como nuevo ingrediente psíquico sumado a la razón.

                                                          Transcribo a Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida, juzga de pronto inaceptable una nueva orden. ¿Cuál es el contenido de ese “no”? Significa, por ejemplo, “las cosas han durado demasiado”, “hasta ahora, sí; en adelante, no”, “vas demasiado lejos”, y también “hay un límite que no pasaréis”. En suma, ese “no” afirma la existencia de una frontera. Vuelve a encontrarse la misma idea de límite en ese sentimiento del rebelde de que el otro “exagera”, de que no extiende su derecho más allá de una frontera a partir de la cual otro derecho le hace frente y lo limita. Así, el movimiento de rebelión se apoya, al mismo tiempo, en el rechazo categórico de una intrusión juzgada intolerable y en la certidumbre confusa de un buen derecho; más exactamente, en la impresión del rebelde de que “tiene derecho a…”. La rebelión va acompañada de la sensación de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón”.

                                                                Albert Camus con este párrafo da inicio a “El hombre rebelde”. Para él la conciencia surge con la rebelión, que supone la afirmación del hombre como dignidad, como principio fundamental que nada ni nadie pueden despojar. Reconoce la figura de la persona como individuo que merece ser respetado por el simple hecho de ser persona. Es el surgimiento del todo o nada, o el hombre es libre o es preferible morir por la libertad que sucumbir a la esclavitud. La rebelión no es egoísta, la misma dignidad que exige para sí la concede como natural a todas las personas. Para Camus no sólo es rebelde el oprimido, sino el que estando libre observa la opresión del otro al que debe rescatar. La reivindicación de los derechos humanos es responsabilidad de todos los hombres y mujeres. 
Si el rebelde oprimido, o sea el esclavo, tanto como el rebelde que estando libre observa la opresión del otro suman odio y resentimiento a su rebeldía desvirtúan el sentido prístino o genuino de esta rebeldía, la degradan, le quitan o le mutilan su vertiente solidaria fundada en el amor por el otro.

                                                   El sentimiento antagónico del odio es el amor, el del egoísmo el altruismo. En el amor y  el altruismo se funda la redención y se posibilita la construcción del colectivo solidario. La profunda diferencia entre el Dios del antiguo testamento y el de los evangelios cristianos es que en este último se pone el acento en el “amaos los unos a los otros” mientras que en el primero se privilegia el castigo, la punición constante de Dios hacia los pecadores que se apartan de su mandato divino. En cambio Cristo, hijo de Dios y Dios mismo para los creyentes, habla de “perdón” y de “piedad”, de “fe”, “esperanza” y “caridad”, las tres virtudes teologales consagradas.

                                                 ¿Por qué los traigo a colación junto al pensamiento de Camus? Ante todo porque integran un ideario común basado en una inteligencia emocional orientadora de una “inteligencia intelectual” que lleva a la paz y al entendimiento entre quienes componemos la especie humana.

                                              Los sentimientos de odio y resentimiento son siempre desdeñables y nocivos. Prohijan envidias y traiciones y desembocan fatalmente en la violencia y el asesinato. En las páginas de Camus encontramos la todavía reciente experiencia histórica de destrucción y holocausto de las dos guerras que inspiraron su pensamiento, en Cristo la redención de un pueblo sojuzgado y sometido a la hegemonía y brutalidad de la Roma imperial de comienzos de nuestra era. En ambos hay la conciencia coincidente acerca del amor, la solidaridad y el altruismo como componentes emocionales de una rebeldía razonante y razonable,  constructiva, redentora y fértil.

                                    Es esta la rebeldía que debe inspirarnos a los argentinos cuando nos proponemos transformar la realidad y convertirla en digna, acogedora y útil a todos nosotros, la rebeldía del amor y de la razón de amor.

Amílcar Luis Blanco.