jueves, 3 de marzo de 2016

¿NEOLIBERALISMO O NOLIBERALISMO?



La pregunta no está de más. De acuerdo al ideario de Adam Smith y David Ricardo, padres históricos de estas ideologías desprendidas de la revoluciones comercial e industrial que desde los albores del renacimiento, siglos XIII y XIV, más o menos, hasta comienzos del XX, explicaran el funcionamiento de la economía liberal, basada en la concurrencia a los mercados de bienes y servicios de oferentes (productores, fabricantes, comercializadores) en forma plural, masiva, libertaria e igualitaria y demandantes (consumidores) en iguales condiciones, mediante la ley de la oferta y la demanda, determinante de los precios de esos bienes y servicios, hasta lo que vino y sigue aconteciendo después y hasta la actualidad, en la que los monopolios de producción y comercialización se enseñorean, ahora globalmente y sin dejar rincones del planeta en el que no pululen, de esos mercados teniendo en sus ámbitos posiciones dominantes, aquéllos postulados que aludían a la competencia perfecta basada en una plural y cuantitativamente abundante presencia en esas transacciones de los oferentes y que legitimaban en esa libertad e igualdad la denominación o calificativo de liberal para la economía así entendida y practicada, no puede razonarse seria y honestamente que en la actualidad esta economía pueda seguir denominándose y sea considerada "neoliberal". Ello porque el sufijo "neo" significa nuevo y unido al adjetivo "liberal" vendría a querer decir "liberalismo nuevo", es decir un sistema de producción y consumo que conservando las características de pluralidad, masividad, libertad e igualdad, las plantease de un modo por lo menos diferente. Es obvio que esto no sucede. Que, en rigor de verdad, el mal llamado "neoliberalismo" designa un escenario de actores, móviles y resultados que actúan en mercados totalitarios con móviles y resultados acotados que no pueden cambiar quienes se desempeñan en su seno. Tanto productores como consumidores en los extremos de la ecuación que los mantiene vinculados por esos móviles, deseos y necesidades, se mueven sin igualdad, ni libertad y el resultado es una masividad de esclavos que permanecen aherrojados no sólo a la servidumbre ontológica que ya definiera Sartre respecto de los bienes y servicios que están compelidos a necesitar, desear o generar, sino también a una interpretación de esa realidad que vela u oculta constantemente el horizonte de sus posibilidades reales.
Las grandes corporaciones monopólicas todo lo pueden. Manejan los precios en carteles o trusts o como quiera llamárselos, incluso uniones de empresas, de modo discrecional y arbitrario con el único objetivo sempiterno de maximizar sus ganancias, quiero decir las del capital. La rentabilidad es el móvil y la meta de los señores que se sientan en las mesas de los directorios y son poseedores anónimos de las acciones de esas corporaciones. Ellos son anónimos para sus prójimos y sobre todo lo son, en grado mayor, para quienes sufren las consecuencias de ese extendido anonimato que, sin embargo, domina las vidas de los millones de clientes y consumidores de lo que producen o comercializan. No son iguales a quienes están bajo su dominio, tanto como los amos  no fueron jamás iguales a sus esclavos. Las antinomias ya definidas por Hegel y  Marx se actualizan en este presente en el que las corporaciones mediaticas monopólicas se hacen dueñas de todo y hegemonizan y homogeneizan las vidas de las enormes mayorías populares. Lo hacen desde todos los puntos avisorables de la realidad, incluso y sobre todo desde los medios de información que, lejos de informar a esas mayorías, las infectan y envenenan con propagandas subliminales que jamás cesan, como un viento que soplara continuamente.
Se vive entonces en esta asfixia mediática y subliminal. Incluso puede afirmarse que estas grandes corporaciones ni siquiera producen, fabrican, transportan o participan diréctamente del quehacer mundano que se traduce en la creación de bienes y servicios sino que únicamente inducen estos trabajos y realizaciones por medio del dinero, el gran mediador, por medio de los billetes, esos papeles que simbolizan y representan la riqueza. Y aún hay un monopolio omnicomprensivo de todos los demás: la moneda única, la que el planeta acepta para todas sus transacciones de país a país, de continente a continente, es decir, el dólar. Perversidad ésta, la de la moneda única, sobre la que ya, admonitoriamente, Keynes advirtiera que necesariamente llevaría a la depresión porque también destruye la libre concurrencia en el mercado del dinero.
Conclusión: llamemos a las cosas por su nombre. Digamos que la economía de hoy es monopólica o no liberal y no neoliberal ¿Se diferencia de la economía dirigida o completamente estatizada propia del comunismo? Creo que sólo en cuanto a quiénes son los dueños de la riqueza. Entre quienes integran el "politburo" soviético y quienes integran el directorio de una corporación monopólica la única diferencia sería que estos últimos sólo excepcionalmente hablan ruso.

Amilcar Luis Blanco (Imágenes de Adam Smith y David Ricardo)

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