viernes, 25 de enero de 2013

LA ACTITUD ELUSIVA Y EL VALOR DE LA LUCHA.-







Eludir, esquivar, propio de lo lábil de la consciencia, de su metonimia encubridora. De ese “para sí” que lleva todo “en sí” existente, según Sartre; ese agujero de la nada en el ser que somos sin ser. Aunque parezca complicado nuestra más compartida actitud, potenciada por esa carencia ontológica que nos posibilita como seres, es escapar, huír, irnos de las situaciones de hecho, fácticas, que requieren que nos comprometamos con ellas, que les pongamos el cuerpo y, más propiamente, el cuerpo y el alma para que nos golpeen todos los palos y/o nos encumbren todas las alabanzas.
Las actitudes solipsistas, egoistas, menos comprometidas, son las más cómodas. Dan la razón a Tomas Hobbes, a su opinión acerca de nosotros y de sí mismo, los seres humanos, como intrínsecamente malos.
Pero, además, explican las preponderantes conductas de quienes vivimos en esta sociedad consumística y devoradora, el “no te metás”, el “sálvese quien pueda”, el “después de mi el diluvio”, el “ande yo caliente y ríase la gente” que recoge Quevedo y el sin fin de actitudes en las que, aparentemente, quedaríamos a salvo del caos, de la contaminación destructiva de tantos males insidiosos que reptan, caminan y vuelan por este mundo y que pujan por tomarnos, deshacernos y consumirnos también. Lo que justifica nuestra angustia existencial y nuestra pragmática decisión de fuga incesante.  Y, en lo que toca a la política y al tomar partido por la acción o la palabra, o por ambas, la de eludir es la actitud que puede convertirse en el salvavidas que nos rescate del naufragio o el golpe de gracia que nos darían nuestros ocasionales enemigos o adversarios si llegáramos a pronunciarnos a favor o en contra. Debemos cuerpear, esquivar, eludir la definición que nos dejaría casi siempre “expuestos”, listos para recibir el golpe o la bofetada, en pocas palabras “con el culo al aire”.- Nos convertimos entonces en neutrales, sin color, asépticos, prescindentes o advenedizos.-
Sin embargo semejante salvación es  aparente siempre porque aún cuando nos afirmemos en una posición, aunque estemos, por ejemplo, a favor o en contra de la ley de medios, a favor o en contra de la carta de la presidenta a Darín, a favor o en contra de la minería a cielo abierto, a favor o en contra de los fondos buitre, aún en estos casos, el mundo sigue andando e infinidad de veces la impasibilidad de ese desenvolvimiento mundano frente a nuestras posturas y opiniones hace que nos sintamos como motas de polvo, como material descartable, como objetos a la deriva; propiamente como ese “no ser”, como ese agujero insaciable en el que todo se pierde y no es pero que custodiamos con toda la débil fuerza de nuestra existencia. La débilidad de nuestra ilusión perfora nuestra angustia y trae hasta nosotros una fuerza desconocida y nueva. En medio del absurdo luchamos en pos de algo mejor.
Entonces uno evoca a los poetas que más lo han sensibilizado. Entre ellos, el gran Miguel Hernández, de Orihuela, España, cuando en su enorme poema “Sino sangriento”  se refiere al albañil de sangre y dice: “Un albañil de sangre, muerto y rojo,
llueve y cuelga su blusa cada día
en los alrededores de mi ojo,
y cada noche con el alma mía,
y hasta con las pestañas lo recojo”. 
Es decir ese rescatarnos cotidianamente para seguir viviendo supone un compromiso constante y comunitario, el único virtuoso y ético, valioso, atribuible a nuestra libertad, ya no sólo como condena en el sentido sartreano, ontológico y trascendental, sino como proeza, épica y sostén de nuestra posibilidad como especie y aunque el mar de la nada, de la nihilización constante, imprescindible incluso para poder pensarnos, tienda a ahogarnos y convertirnos en pura contingencia, la que, como se sabe, es la muerte misma, la que nos desvive, aún así debemos rescatarnos y definirnos y luchar.
Cuando uno escucha y lee cómo los vietnamitas lucharon contra el ejército más poderoso de la tierra, cavando doscientos cincuenta kilómetros de túneles, comiendo sólo arroz, reciclando armas que sus enemigos dejaban abandonadas, cuando uno evoca las gestas patrióticas del pueblo en armas en el ejército del norte comandado por Belgrano en la segunda década del siglo XIX, y numerosas luchas y gestas comunitarias y populares, no puede menos que abominar de las actitudes elusivas y las escapatorias individualistas y revalorizar las otras, las de compromiso, solidaridad activa y lucha constante. Sólo de ese modo y en todos los frentes podremos salvarnos como especie

Amílcar Luis Blanco

lunes, 14 de enero de 2013

A propósito del capitalismo





















El capitalismo, como forma del liberalismo económico, debería quedar relegado a una técnica útil únicamente en un sistema político, económico y social que, desde lo jurídico, asegurase la equidad en la distribución de la riqueza. Ponerlo como "axis mundi" o eje de la economía resulta, por lo menos, anacrónico e, indiscutiblemente, antifuncional y regresivo. Si bien el incentivo de la expectativa de ganancia es motivador para quien crea y produce en este campo y no sería jamás recomendable un cuadro de situación jurídico político que lo desconociese o aplazase, lo que derivaría en un verdadero totalitarismo regresivo en todo sentido, sí en cambio es conveniente que se lo regule en función de las necesidades y derechos de quienes integran la sociedad, dado que en su seno hay seres humanos que cumplen y encarnan una pluralidad de vocaciones diferentes que deben integrarse con la vocación de ganancia.
Incluso desde la educación debe predicarse que la inclinación a ganar dinero no debe practicarse sin el correspondiente sentido ético o moral que la acompañe. Un estafador, un ladrón, están tan imbuidos por la ambición de la riqueza como un industrial, un comerciante, un profesional o cualquier otro mortal. La diferencia es que en los primeros no hay escrúpulos o consideraciones valorativas hacia sus prójimos que detengan sus impulsos o apetencias como si existen, o deberían existir, esas estimaciones en los otros. En derecho se dice "neminen laedere", no dañar, no vulnerar, no herir al otro; respetarlo en su integridad. La ética predica incluso la ayuda, la solidaridad. Las religiones, la judeo cristiana en particular, hablan de caridad, una de las tres virtudes teologales.
¿Pero qué ocurre cuando lo axiológico, lo ético, los valores, se transforman en meras formas, cuando se recurre a la hipocresía y el cinismo y, con habilísimos subterfugios y chicaneo leguleyo se hace una simulación, una parodia constante de estos valores y se los burla, se los desconoce? Como las conductas virtuosas están prescriptas por normas éticas se cae entonces en lo que se denomina la "anomia". Es decir, se actúa en un mundo "anómico", sin normas, en el que cada uno aspira a sobrepujar y superar al otro en una competitividad hueca y vacía.
El caos, el desorden, que generan las conductas anómicas en una sociedad llevan a la debacle, al derrumbe de la organización jurídico política, al "sálvese quien pueda" y, por supuesto, a la exclusión y marginación de vastos sectores que son explotados por los inescrupulosos. Por eso el capitalismo es regresivo, anacrónico. Pone en retroceso el crecimiento individual y colectivo al destruir los valores que alimentan  el equilibrio vital de una comunidad y la transforma en injusta porque algunos se quedan con lo que a otros les falta. La idea de la justicia social es que no le falte nada de lo elemental a nadie aunque otros puedan tener más porque se les retribuya su capacidad o ambición o ambas, pero siempre ese tener más debe encontrar un límite en función de lo social. Nadie puede tener derechos adquiridos contra los del conjunto de una sociedad. Hay valores que, desde antaño, son de orden público. Esto ya fue visto y predicado por distintos filósofos: Aristóteles, Marx, Sartre, por citar algunos.
Pero lo disvalioso sucede cuando la idea de ganancia individual es la que prima, la que aspira a ser y es, de hecho, la "episteme" o el principio a partir del cual las políticas se proponen sus planes de acción. El móvil crematístico, el deseo de lucro, que anima a quienes trabajan, debe redundar en beneficio y mejoramiento de sus vidas, contribuyéndose, más allá de lo que estas produzcan o generen materialmente, a la formación de un capital que, aunque generado por una "plus valía" o proporción de trabajo no remunerado al trabajador individualmente, sirva como excedente que deba volver a todo el conjunto social y distribuirse con equidad.- La idea es que no puede redundar exclusivamente en beneficio de una persona o grupo de personas porque entonces se transforma en caos, desorden e injusticia social y material.


Amilcar Luis Blanco