Este artículo fue escrito en junio de 2015. Creo no haberme equivocado en la evaluación de lo que se venía.-
Este parece ser el match o
la pelea de fondo, para expresarlo en términos de crónica deportiva, que se
juega entre kirchnerismo y oposición.- Del lado del oficialismo están quienes
han defendido y defienden la política entendida como participación popular
legitimante, del otro, el de la oposición, el sector conservador,
cuantitativamente minoritario, integrado por las corporaciones mediáticas
hegemónicas que abrevan también en un empresariado monopólico que apuesta
siempre a maximizar sus beneficios como meta exclusiva y excluyente de sus
actuaciones .- Estos últimos por sus voceros como Elisa Carrió o Santiago
Kovadlof, por ejemplo, hablan de República como opuesta a un supuesto
autoritarismo populista, al que no le reconocen su calidad democrática.
Habría que remontarse a las
Repúblicas griega y romana, a Platón, a Tito Livio, para recordar que aun en el
caso de una república aristocrática – gobierno de las elites apoyadas en las
supuestas virtudes correspondientes a la opulencia de una única clase con
acceso a la educación – se apostaba al bien común y que, como apuntara el
historiador romano, las principales leyes de aquél período histórico político
que precedió al imperio en la ciudad de las siete colinas eran las que habían
tenido un apoyo tumultuario, las que habían sido plebiscitadas en las asambleas
de la plebe, forma de democracia semidirecta que ni siquiera requería que quienes
representaban al populacho frente al Senado se independizaran de la voluntad y
el propósito de sus mandantes.
Otro tanto puede decirse de
los jacobinos que entre 1791 y 1794, dieron forma en Francia, a la primera
república y que basaban su autoridad en la soberanía popular, y cuyas
posiciones eran radicales,
anticlericales, antimonárquicas.
Maximiliano Robespierre (1758-1794) afirmó que “la
democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, regido por leyes que son
obra suya, hace él mismo todo lo que puede hacer, y permite hacer, por medio de
delegados, todo lo que él mismo no puede hacer”. En esta definición el líder jacobino
conjugó el principio de la soberanía popular con los de la representación
política y el Estado de Derecho.
Como propone en su libro Eduardo Jozami, titulado “¿Custodios de la República o enemigos de la Democracia?, los grupos dominantes que integran ese poder real y actuante, que este Estado de Derecho Democrático y Republicano, con mayúsculas, sustancia en cambio con base en el apoyo popular masivo en las urnas, no sólo no avanzan en propuestas que superen el límite de la representación para gestionar sino que se quedan atrás, retroceden, hacia un concepto de república cuyo único respeto y principio ordenador es el derecho de propiedad, participando así del concepto que la ministro de Ronald Reagan, Jeanne Kirkpatrick, reservó para la Argentina, quien al distinguir entre gobiernos totalitarios y autoritarios, consideró que la dictadura que gobernaba nuestro país por aquélla época era un gobierno sólo autoritario y tolerable porque respetaba el derecho de propiedad. Es decir, perdida para las minorías opulentas, privilegiadas y prebendarias, desde 1983 hasta ahora, la posibilidad de interrumpir el mandato de gobiernos elegidos por el voto popular mediante golpes militares, brazo seglar y armado de esta clase oligárquica, se apela al recurso de desprestigiar, mentir, sesgar la información, producir corridas cambiarias e inocular odio en la subjetividad de quienes son destinatarios de esta andanada comunicacional tóxica para obtener los mismos objetivos, derrocar al gobierno popular y participativo, cortar la inclusión social, la equidad en la distribución del ingreso y disminuir una demanda global que los obligaría a actuar en el campo económico no únicamente teniendo como meta el beneficio sectorial sino la igualdad y la ética que lleva al bien común y al estado de bienestar.-
El derecho de
propiedad como ordenador de los demás derechos, como superior a todos los demás,
incluidos la libertad y la igualdad, en esta lógica perversa, en este camino
hacia la plutocracia más descarnada, reino de la exclusión, intemperie de
anomías, éticas y jurídicas, en la que todo se despersonaliza para quien queda
fuera y es condenado a la miseria, basado en una concepción de egoísmo e
individualismo máximos, adquiere así una preponderancia que lleva a considerar
las explicaciones que Jean Paul Sartre da en “El ser y la nada” acerca de la
historia de occidente cuando señala la prevalencia de las cosas, de los
objetos, sobre los seres humanos, concretamente con relación a la ruta del oro,
su extracción de las minas americanas, su transporte a Europa y la
entronización de su posesión y toda la significación que arroja sobre quienes,
hombres y mujeres, esclavos y esclavistas, debían actuar alrededor de ese metal
precioso. Ese estar al servicio de las cosas, del mundo material.
Característica deplorable del espíritu humano que en lo cotidiano nos pasa tan
inadvertida y a la que Julio Cortázar en “Historia de cronopios y de famas”
pudo referirse destacando lo naturalizado de esa domesticidad y mansedumbre con
la que aceptamos un regalo creyendo que es un regalo, cuando hace notar que, al
contrario de lo usualmente interpretado, cuando nos regalan un reloj en
realidad somos nosotros los regalados al reloj porque en adelante lo
cuidaremos, temeremos perderlo, lo compararemos con otros relojes, etcétera.-
Es decir, este
costumbrismo de aceptar la prevalencia de lo material y una como indiscutible
propensión al acrecentamiento inmoderado de las posesiones materiales como
legitimación de toda riqueza y de todo rico, nos pone cada vez más a mayor
distancia de ponderar los valores humanos cifrados en la solidaridad, el
respeto al otro y a sus derechos a acceder a oportunidades tendientes a lograr
la inclusión y la movilidad social y una participación equitativa en el ingreso.-
Libertad, igualdad y participación popular dan sentido y contenido a toda
democracia e intentan como valores convertirnos en seres más humanos y sobre
todo realizarnos como protagonistas de la historia y la cultura, aún desde el
punto de vista de nuestra materialidad psicofísica para valernos de los bienes
y no para inclinarnos ante sus majestades que nos empobrecen y despotencian
cuando los convertimos en la meta más alta de nuestras vidas.
Amílcar Luis Blanco ("La libertad guiando al pueblo", oleo sobre tela de Eugene Delacroix)