jueves, 31 de julio de 2014

El mercader de Venecia y el fallo del juez Griesa.-




El drama o la tragedia del capitalismo financiero especulativo, que hoy se cierne sobre las democracias de occidente, está cifrado en la obra de Shakespeare "El mercader de Venecia" o en el antiguo adagio que reza: "La codicia rompe el saco", porque, efectívamente, el fallo del juez Griesa de Nueva York da la razón a un grupo minúsculo de buitres carroñeros que pretenden una ganancia que acabaría con la vida y razón de ser productiva del sistema financiero internacional fundado en la libertad económica. Como aquel personaje Shylock del drama ataca y agrede el corazón mismo, la razón de ser de su existencia. En la pieza debida a la pluma del insigne poeta una jueza más sabia, enmascarada de juez, Porcia, advierte en su fallo que si bien la letra del contrato que el prestamista tiene con Antonio, el noble veneciano arruinado, le permite exigir una libra de carne del cuerpo de su deudor, la ley veneciana le impide en cambio derramar una sola gota de sangre del obligado.
El desdén o la desaprensión o indiferencia por las circunstancias que rodean el cumplimiento de la prestación en el fallo de Griesa, que manda pagar la totalidad del valor de los títulos más intereses ya y al contado, se parece a la decisión del cumplimiento de la obligación contenida en la letra veneciana atendiendo a la literalidad de la misma y a su calidad de título incausado.- No se tienen en cuenta los derramamientos de sangre que tal decisión, en caso de cumplirse al pie, implicaría para la salud del sistema económico internacional que necesita de la viabilidad jurídica de las reestructuraciones de deuda para seguir funcionando.
Una vez más "la codicia rompe el saco", la codicia de los buitres, porque si éstos, con su insistencia, consiguieran, cosa poco probable en la realidad, una declaración de default, o sea de cesación de pagos, similar a la quiebra o bancarrota y no se aceptara el acuerdo de acreedores ya logrado con una casi unanimidad (92,4 %) en los canjes que la Argentina lograra con ellos en el 2005 y 2010, las posiciones de los bancos tenedores de títulos de deuda argentina caerían abisalmente junto a las cotizaciones de estos activos y determinarían sus quiebras en cadena trasladando, además, de ese modo y por esa vía, el crack financiero que ya experimentaran en 2008 en Estados Unidos y Europa a Argentina en este caso y al resto de la región en la que se haría sentir el cimbronazo con sus secuelas de desempleo, hambre y desesperación para millones de seres humanos que vivimos de nuestras manos y, por supuesto, nadie, ni aún los ricos, cobraría nada y aún ellos mismos perderían porque sus aseguradores tampoco podrían pagarles.
Así que se trata de la salud del sistema económico internacional y se trata también, como siempre, del poder de los multimedios de difusión, propagación, ordenación y seducción masivos que, al convertir en letanía monocorde este sambenito falso, esta impostura, una más, del default, porque Argentina pagó y honró sus deudas juridicamente legales, legítimas, procedentes de su Derecho Interno y sus contratos ante los bonistas que ingresaron en el canje y también ante Repsol y ante el Club de París, acrecentará todavía más la confusión y el marasmo para que el poder prebendario, privilegiado y delincuencial de una mafia de fascinerosos se descomponga y derrumbe como un castillo de naipes frente  al destino de millones de personas que se desangrarían condenadas a la desocupación, el hambre y la intemperie de toda cobertura social.
La codicia rompe el saco y los buitres se alimentan en este caso, o pretenden hacerlo, de una sangre inocente para convertirla en carroña y sólo en eso porque como el prestamista veneciano pierden sus propias riquezas y se las hacen perder a los demás sin resultado alguno. En realidad son tributarios del absurdo. La avaricia, la codicia, se consume en sí misma. El objeto de su celo egoísta, el dinero, la ganancia, la riqueza, habrán desaparecido para siempre hasta de sus propias ambiciones.

Amilcar Luis Blanco