lunes, 15 de octubre de 2012

"Poderoso caballero es Don Dinero..." o ¿hay algo más?




























Este verso de Quevedo, con la pregunta agregada, vuelve a la conciencia crítica de quienes, como el suscripto, tratan de entender las motivaciones del Grupo Clarín para negarse a presentarle a la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) su plan de desinversión ¿Acaso los tenedores de las acciones del grupo verían sensiblemente disminuidos sus valores y rentabilidades si se contentaran con un número razonable, enmarcado en la permisión de la ley, de emisoras de radio y televisión? ¿Acaso, lo que obtuviesen con las ventas de estas estaciones no podría mantener igualmente abultados sus activos? ¿Serían tan escasos los que se interesasen en adquirirlas? Las respuestas a estos interrogantes, con sus más y sus menos, no llevan necesariamente a suponer un empobrecimiento significativo para los beneficiarios del grupo.
Lo que parecería surgir con nitidez de semejante actitud es que lo que el conglomerado de capitales privados deplora perder es el poder, el dominio que viene ejerciendo sobre subjetividades y voluntades no sólo de quienes compran los productos de sus avisadores sino también de políticos, empresarios y, lo que es más grave, sobre los tres poderes u órganos del Estado de Derecho, es decir, sobre las instituciones integradas por los representantes votados por todos nosotros, por el conjunto del pueblo, de la comunidad política que formamos, desde la presidenta y sus ministros hasta todos y cada uno de los diputados, senadores y jueces, desde el Jefe de la Corte Suprema hasta cualquier juez de paz de modestísima competencia. Esto vale también para los gobiernos de las provincias. Se trata, en todos los casos de desinstitucionalizar el país, permítaseme el feo neologismo.
Y esto lisa y llanamente significa despotenciar, desenervar el poder que el pueblo comunica a sus autoridades; implica también desmoralizar o desarmar la ética y la fe públicas, quitar honor y dignidad, fragilizar, vulnerar, dejar indecorosamente inermes a quienes confían en vehiculizar su ascenso social dentro de los mecanismos y la relativa permeabilidad que ofrecen al conjunto social esas instituciones.Conlleva también la obscena consecuencia de convertir a los políticos en tristes payasos, y, en los mejores casos, aunque se amparen en eufemismos para ocultar el pánico de que lo peor les suceda en cuanto a la mostración de sus imágenes públicas, en pusilánimes sirvientes de sus intereses sectoriales, ya que de otro modo podrían ver menoscabadas las notoriedades que necesitan si los medios  los invisibilizan y hacen desparecer con su incontrastable poder cuantitativo que, a fuerza de propalar y repetir, convierten en una letanía cotidiana tan adormecedora de las conciencias como los rezos de los acólitos en la edad media.
Parejamente importa asimismo anemizar, debilitar, las posibilidades de crecimiento económico y distribución equitativa del ingreso, de la riqueza que se produce entre todos porque ellos monopolizan la voz y la imagen y las ganancias que la publicidad procura en el negocio de la comunicación.
Esta práctica abusiva del capitalismo de explotación que llevada a su extremo desemboca en posiciones dominantes en el mercado de la información, la opinión y la propaganda, se vuelve paradójicamente en devoradora de todas las libertades que dice defender. En primer lugar de la libertad de conciencia y después de las demás libertades como las de expresión y reunión ¿Quién en efecto que no tuviese a disposición un cierto poder económico o la posibilidad de decir sus verdades en una emisora de radio o televisión con la que se sintiese afín podría opinar fuera, al margen o en contra de lo que quiere y dicta el monopolio mediático? ¿Pueden los obreros, operarios, empleados del Grupo Clarín alzarse contra sus autoridades y obtener alguna conquista o tan siquiera mantener indemnes sus derechos como trabajadores?
Aunque los empleados, impropiamente denominados periodistas independientes de este leviatán del privilegio, de éste Goliat de la mentira, se victimicen constantemente y traten de bañarse en los principios que vienen desde la revolución francesa del siglo XVIII como en aguas bautismales, lo cierto es que tanta fingida inocencia, tanto rasgarse las vestiduras, tanta hipocresía desenfadada, tanto desvergonzado cinismo, desnuda y desoculta palmariamente el horrendo monstruo que pretende devorarnos a todos y que, aún si lo lograra, terminaría devorándose a sí mismo.-

Amílcar Luis Blanco